1989. Algo crujió en plena autocelebración del mundo neoliberal. Mientras banqueros engominados brindaban en adosados unifamiliares y la masa empleada derrochaba sus aumentos de salario en grandes superficies comerciales, en distintos lugares del mundo multitudes llevaban días y días juntándose y bailando como posesos una música indescifrable. Naves industriales abandonadas, prados antes comunales, túneles o bajopuentes eran testigos del nacimiento de una nueva forma de encuentro y reivindicación política y se transformaban, por una noche o varios días, en trincheras autónomas libres de legislaciones, convenciones y permisos. La cultura y el ocio prefabricado, homologado y aburrido fue puesto en jaque. La Inglaterra de Thatcher asistió estupefacta a la explosión de raves ilegales que generaron un éxodo juvenil masivo en dirección contraria al destino que tenían reservado: convertirse en máquinas de consumir para endeudarse hasta morir.
De la misma manera, en la ciudad de Detroit, abandonada por el capital y dejada a su suerte, un puñado de jóvenes productores afroamericanos convirtieron el no future en oportunidad. De su negativa a la resignación y a convertirse en actores de reparto en la implosión apocalíptica de la ciudad nació un sonido cargado de un empoderante discurso afrofuturista al que llamaron Techno. Algo parecido sucedió en los clubes underground de Chicago y Nueva York, doblemente estigmatizados, por gays y por afroamericanos, lugares donde el sonido disco mutó en un código funky recrudecido y ácido al que llamaron Acid House. La fiesta de las marginadas produjo el sonido ideal para la celebración de la vida no escapista y no almibarada, consciente y orgullosa de su condición de refugio en un mundo despiadado. Y con mucha menos épica histórica pero fruto de ese mismo estado alegre y rebelde nació el E.S.L.A Eko, en el cada vez más gentrificado barrio de San Isidro. Una masa intergeneracional de vecinas, en una alianza impredecible, tomó lo que consideró suyo y lo abrió para ser de todas, transformando, aún sin pretenderlo, el miedo a lo extraño y diferente en oportunidad. De Carabanchel a Nueva York, las que sobran, las don nadie, las leídas como perdedoras, descubrieron que no lo eran, que no estaban solas y que solo de ellas dependía la perpetuidad impuesta de una vida preescrita e irrelevante.
Sync! es una de las tantas herederas de todas las que bailaron en Detroit, Chicago o Manchester desobedeciendo las reglas del juego neoliberal. Es, ante todo, una propuesta sobre la que construir espacios para que el baile y la música sean parte de los rituales comunicativos que dan cuerpo y sentido a comunidades rebeldes que se celebran. Fiesta, sí, pero no sucedáneos banales de megaclub y superfestivales, de estrellas antes del rock y ahora del house, de producción en cadena de tracks de techno vacíos y desconectados del contexto del y en que se nutren. Sync! es una respuesta colectiva frente a los espacios festivos de escapismo, lugares para desconexiones parciales e individualizadas que perpetúan los sistemas de precaridad, explotación y dominación, sosteniendo cada lunes de resaca la vuelta al desierto de lo "real".
Sync! pretende ser una expresión del universo que lo rodea, una manera de experimentar la potencia de lo relegado, de lo no asimilable, de lo no individual, del do it yourself. Por eso en un espacio okupado, por eso intercambios libres, por eso las puertas abiertas, la ausencia de cabezas de cartel o nombres que aseguran un éxito de masas. Un reconocimiento a la música electrónica como vehículo de liberación colectivo cuando se abre al desborde y a la experimentación política. Porque quien podría haber calculado que la ausencia de dogmas y normas preestablecidas generaría un nuevo estado de ánimo disidente que impregnaría clubs, okupas y descampados. Quien podría siquiera haber calculado que los sonidos relegados al cajón de lo feo encontrarían la manera de juntarse, sincronizarse y componerse como la banda sonora de comunidades rebeldes.
Como decía SLVJ, bailar puede ser peligroso.
* * Sync! * * es una propuesta colectiva del Nodo de Producción de Carabanchel y nace de la unión de las ganas de muchas. Todo lo recaudado se destinará sin excepciones al sostenimiento de las infraestructuras que posibilitan y potencian las comunidades y redes antagonistas de las que el NPC se siente parte. Porque si la fiesta es de quienes la bailan, la cuidan y la sostienen, lo que esta produce ya no puede arrebartarse del común que la genera.